13) El Apoyo de Mi Madre a nuestros hermanos y el pelotón Celestial.


Niño viendo las estrellas


      “Cuando era pequeño mi vida transcurría en serena calma en aquellas tardes soleadas que pasaba en mi verdadero hogar en compañía de José y de mi Madre en contraste con el constante conflicto que llenaban las calles de mi pequeña aldea en Nazaret.

Y aunque a José no siempre le era posible estar presente, durante el tiempo que pasó conmigo en mi infancia siempre le caracterizó el brindarnos un trato cariñoso, lleno de comprensión y alegría hacia mí y hacia mi madre.

Yo procuraba corresponder a todos estos cuidados tratando de ser lo más diligente posible en mis tareas, pero mi carácter impaciente e inquieto a veces no ayudaba, pues eran muchas las situaciones sobre las cuales yo guardaba una gran inconformidad y mil preguntas que hacer.

Una de las más constantes era: ¿por qué los hombres extraños golpean a los de nuestro pueblo mamá? Yo no entendía por qué aquellos extranjeros estaban en constante oposición a lo que eran nuestras costumbres y nuestra forma de vida. Incluso llegué a pensar que esta situación: la ocupación de Roma en el Israel de aquél tiempo, era la forma en que Dios nos castigaba por los múltiples pecados cometidos por generaciones y que habían llegado a llenar un espacio tan enorme en su abundancia que nada de lo que hiciéramos podría terminar por compensarlos ante Sus ojos llenos de Misericordia pero también de Justicia Divina.   

Cuando niño, como todo inocente, vivía ajeno a la Misión que mi Padre-Madre en el cielo me hubo encomendado pero las actitudes generosas de Madre María y de José -quienes siempre estuvieron pendientes de lo que sucedía a nuestro alrededor y de la manera en que podían sustentar las carencias de la gente- me hacían sospechar que nuestro destino no era uno que pudiera pasar desapercibido.

Mi madre justificaba el hecho de nunca padecer hambre o necesidad por el apoyo incondicional que mi abuela Ana junto con su segundo esposo le brindara constantemente.

Pero como en otro mensaje lo mencioné, este no era el único motivo por el cual mi madre se encontraba en posición de ofrecer su ayuda a otros sino también porque el huerto subterráneo que nuestros “ayudantes celestiales” habían acondicionado en medio del desierto no sólo proveía de alimento suficiente para nosotros en cualquier época del año sino que era tan fértil que la abundante cosecha excedente era repartida con mucha discreción a las personas que llegaban a necesitarlo en forma anónima a través de las manos generosas de nuestros hermanitos esenios.

Los niños con los que ocasionalmente convivía también me participaban sus aflicciones, preocupaciones familiares o algún suceso que pudiera llamar su atención en esos momentos.

Recuerdo a uno de ellos: un vecino que habitaba la casa más cercana a la mía en Nazaret y que se quedó jugando conmigo afuera mientras nuestros padres conversaban después de la ceremonia a la que asistimos. Comenzamos a charlar acerca de las lámparas de aceite y fogatas que las personas del pueblo encendían fuera o dentro de las casas y de cómo mi amigo a veces se imaginaba que en el cielo, al anochecer, había un gran espejo que al estar tan lejos de la tierra sólo alcanzaba a reflejar las luces de Nazaret en la forma de lo que nosotros pensábamos, eran estrellas.

Después comenzó a llorar mientras me narraba que tenía un miedo constante de que por la noche aparecieran los “extraños” que derribando su puerta entraran a su casa a matarlo como lo hicieran algunos años atrás con su hermanito de cuatro meses.

Yo traté de consolarlo explicando que no debería temer pues en esas estrellas estaba la luz de las casas y de las calles de la Ciudad de Dios desde la que siempre estaba vigilando la suya en esta tierra y que él nunca correría la misma suerte que su hermano, que tal vez a él le sucedió tal cosa porque Dios estaba juntando urgentemente un ejército de angelitos y que su hermano pidió ser parte de aquél pelotón…y no sólo él sino todos los pequeños que murieron en esa matanza.

Tal vez tuvieron que morir al filo de la navaja para hacerse soldados valientes y poder combatir el mal que podía acechar a la tierra en el futuro. Yo había observado la espada del Arcángel San Miguel y Él me enseñó que le servía para actuar con amor y justicia en bien de la humanidad más nunca para agredir a nadie. Así que pensando en eso, le aclaré a mi amigo que esos ángeles sacrificados en la matanza se convertirían en guerreros de amor que siempre ayudarían a los pequeños como él y los protegerían pero nunca usarían la fuerza letal de la que fueron víctimas.

Él siguió llorando y me reclamó que si así fuera su padre no estaría en constante peligro cada vez que ellos llegaban golpeando su puerta, exigiendo el pago de los impuestos famosos. 

¿Por qué dicen que Dios nos cuida cuando todo esto sucede a diario en las calles de una ciudad que se supone que está dedicada a la adoración a Dios? preguntó… ¿o es que mi hermano convertido en ángel sólo me va a cuidar mientras yo sea un niño?

Yo sólo guardé silencio por unos instantes y le pedí que repitiera la oración que a diario mi madre y yo rezábamos por nosotros y por todas las personas que tenían miedo de ser atacadas…le aseguré que de esa forma él y su familia siempre estarían a salvo.

El niño y yo oramos juntos y después él me abrazó diciendo que le gustaba mucho jugar conmigo pues cada vez que estábamos juntos él sabía que no necesitaba de ninguna otra protección.

-¿Puedo quedarme en tu casa con mis padres y siempre vivir ahí?- preguntó…

-Por ahora nuestra casa es pequeña Iudev, pero más adelante, te digo en verdad que ya nunca nos separaremos…no mientras yo viva en esta tierra-

-¿Qué tal cuando viajes a la Ciudad de Dios en el Cielo…ahí también podré estar contigo?-

-Ahí y en cualquier lugar adonde vayas: en verdad te digo que nunca más estaremos lejos.-

El niño sonrió y se despidió después de que yo le prometiera ir a jugar con él en los próximos días.

                                    Con amor profundo: Tu Jesús”




Comentarios

Entradas populares de este blog

LOS MENSAJES DEL MAESTRO JESÚS

EL APOCALIPSIS de SAN JUAN, Capítulo UNO: Versículos del 9 al 15

APOCALIPSIS de SAN JUAN, Capítulo VEINTIDOS: Versículos del 1 al 21