2) Mi primera morada en la tierra
Querid@ lector/a
Ella dedicaba largos ratos por la noche
–antes de ir a dormir- a hacer oración, pero también Me hablaba; Me
narraba historias y a veces cantaba. Con gran amor Me hacía saber que Me
esperaba y que para Ella era un gran privilegio el ser un templo dentro del
cual el Hijo de Dios se estaba gestando: su dicha era infinita. También Me
compartía sus sueños y las grandes expectativas de tenerme en sus brazos, de
arroparme y mecerme en el gozo de su amor. Y cuando cantaba no lo hacía sola,
ya que las ocasiones que pasaba la noche en la Casa del desierto con José,
ambos disfrutaban de la compañía de mis hermanitos, los ángeles y entre todos,
formaban un coro celestial que me arrullaba.
Su dedicación y cariño hacía
mí eran y aún el día de hoy, son infinitas.
Ya sea que se encontrara rodeada de
“Nuestra Familia del cielo”–como yo le llamo al grupo de ángeles, arcángeles y
Maestros “Ascendidos” que normalmente nos acompañaban -, o con José y más aún,
cuando se encontraba “sola”, conmigo
en la casa de Nazaret, Ella Me hablaba y pensaba todo el tiempo en Mí
Yo era el bebé
más dichoso del mundo pues no sólo disfruté de todas estas alegrías sino de la
infinita bendición de sentir el abrazo y la compañía de mi Madre-Padre
celestial en ese oscuro pero delicioso lugar dentro de Mamá María, en donde
siempre Me sentí amado, protegido y bienvenido a mi nueva vida en Israel.
Y aunque no podía hablar y responder a
las amorosas palabras que mi Madre me dedicaba, Adonai lo hacía por mí: mi Dios respondía con todo el
amor que yo deseaba hacerle llegar, abrazándola y llenando completamente cada
poro de su ser y cada parte de su persona.
Los dos vivimos durante nueve hermosos
meses un idilio de Madre-Hijo que al nacer sólo se pudo hacer más profundo.
Sin embargo, eso no impidió que mi
relación con José y con todos mis hermanitos terrenales y celestiales fuera
igual de importante: para mí cada un@ de ell@s tuvo un lugar único en mi vida,
pues yo aprendí cosas de cada un@ que sólo con cada un@ pude compartir, experimentar
y disfrutar.
Todos los momentos que yo pasé durante
nueve meses en esa cuna materna, en donde el silencio y la oscuridad me
envolvían, fueron muy felices. No sólo porque la paz interior de una mujer
santa hacía de esta morada un templo en donde el amor y Dios reinaban, sino
porque además Ella siempre se esforzó por no dejarme sentir solo u olvidado: Ella
sabía que la Misión para la que habría de prepararme muy pronto, iba a ser muy difícil
y que Yo iba a sentirme tal vez, en cierta forma abandonado, y por eso y por su
gran amor hacía mí: Me compensaba.
En el escrito anterior (Mi Madre
María, José y un viaje a “Casa”), te narré cómo mis padres –antes de celebrar
nupcias- fueron invitados a quedarse por tiempo indefinido en La Casa del desierto, cuando mi madre tenía aproximadamente tres meses de embarazo.
Desgraciadamente, debido a la
fascinación que experimentó ante las maravillas con las que por primera vez en
su vida se estaba familiarizando –como el extraño “carro” y la casa subterránea-
José no se percató del tiempo y cuando reaccionó por fin, ya habían pasado tres
días que se había ausentado del Templo.
José era miembro del Sanedrín, que era
el tribunal supremo judío. De hecho fue por eso que recibió la invitación para
ser uno de los del grupo de contendientes, dignos de recibir la mano de mi
Madre. Y si se dedicaba a la carpintería, era porque a pesar de gozar de la
herencia que su familia le había dejado, él siempre quizo saber lo que era
ganarse el pan “con el sudor de su frente” y por lo mismo también enseñó a sus
hijos el oficio.
Al notar sus faltas, uno de sus
compañeros, -el cual también era parte del tribunal mencionado- llamado Anás,
lo fue a buscar a la casa de Nazaret.
Por suerte ese día él y mi Madre
habían regresado, sólo para cerciorarse que todo estuviera en su lugar y para recoger y llevar a su “nueva casa” aquello que pudieran necesitar durante su estancia.
Pero al llegar, el visitante en cuestión se encontró con mamá María y notó su embarazo.
Sin perder tiempo, Anás reportó el
supuesto “crimen” a la asamblea, ante la cual ambos fueron juzgados y obligados
a probar su inocencia...es decir, que ambos tendrían que probar que mi Madre no había sido tocada por hombre alguno.
José y Mamá tuvieron que tomar lo que
en ese tiempo llamaban “El Agua Amarga de la Prueba” que era una solución
venenosa de la cual no se salvaba ninguna persona que hubiera violado las leyes
de Moisés.
Milagrosamente ninguno de los dos
mostraron ningún daño y ante el asombro de los miembros del Sanedrín tuvieron
que ser absueltos de toda culpa y con toda libertad pudieron celebrar la boda.
No hay duda de que en Shekináh Dios, cualquiera de Sus hijos encuentra la solución y el reposo de sus penas.
Es posible que una
persona pueda pasar por un suceso desagradable o incluso fatal, pero si busca
refugio en el Corazón del Creador, aunque pueda tardar un poco, Él siempre
responderá a sus clamores.
Con
amor incondicional: Tu Jesús”
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