21) Nuestra Rutina Diaria
Pero además de la
turbulencia propia de la ocupación romana, mi familia y yo teníamos que cumplir
con una rutina bastante atareada:
Era costumbre levantarnos
a las cuatro de la mañana y hacer una oración de veinte minutos antes de ser
transportados por mis hermanitos ángeles a la casa del desierto adonde podíamos
quedarnos a meditar un rato más antes del desayuno o bien podíamos meditar y
después dormir una hora si es que nos sentíamos muy cansados.
Después de comer algo, mis
Maestros, que por lo general eran personas que nos visitaban de otros planos o
de planetas lejanos insistían en comenzar muy temprano la lección del día en la
cual se me mostraba la forma de vida tanto en sus lugares de origen como en la
tierra: yo aprendí mucho acerca de la cultura griega, romana, persa, egipcia,
etc.
Por encima de todo les
encantaba contarme las historias que ellos habían vivido en carne propia en
cada uno de esos pueblos o bien en su propio planeta.
Por lo general yo tenía
que tomar un ligero refrigerio en medio de mis lecciones pues la comida se
servía aproximadamente hasta las tres de la tarde.
Después de la comida mi
madre yo nos apresurábamos a arreglar nuestras cosas para regresar a casa en
Nazareth y si José había venido con nosotros él también atendía los últimos
detalles pendientes antes de partir y sino de regreso, lo más seguro es que lo
encontráramos en casa en Nazareth realizando alguna labor de carpintería o de
algún otro trabajo de “mantenimiento” que le hubiera sido asignado excepto
cuando él tenía que viajar a otra ciudad con la intención de atender algún
pendiente o con la idea de visitar a sus hijos.
Tres veces por semana yo trabajaba por la tarde junto con mi madre y algunos ángeles en el huerto subterráneo de la casa del desierto y al terminar tomábamos un pequeño baño antes de partir, en un estanque que nuestros finos huéspedes celestiales habían acondicionado para este fin y sino, el baño lo hacíamos como todos en Nazareth: trayendo agua del pozo.
Yo le pedía a mi madre que
nos bañáramos en el estanque pues el agua era muy fresca y además había algunos
pececillos en él con los cuales me gustaba jugar pero no siempre había tiempo,
por lo que tratábamos de salir ya bañados de casa muy temprano por la mañana.
Era importante –por lo
general- llegar a casa a las 5:00 pm –como se dice hoy en día- pues era
menester reunirse a la oración de la tarde. Y por esa razón algunas vecinas
venían a la casa en busca de mi Madre.
Pero no nos preocupábamos
demasiado ya que debido a la ocupación romana, muchas veces las personas se
encontraban escondidas en las cuevas o en los refugios subterráneos que ellos
mismos habían cavado.
Así que aunque la
costumbre de la oración de la tarde era interrumpida en algunas ocasiones
nosotros procurábamos regresar temprano por si alguien pudiera buscarnos. A
menos que en esos días las temidas visitas romanas fueran más frecuentes
entonces ni siquiera intentábamos regresar pues sabíamos que las familias estarían
ausentes, escondidas.
Y era en esas hermosas
tardes en las que yo me podía relajar, estar un rato en el huerto, nadar y
jugar en el estanque y después prepararme para la meditación y la oración de la
tarde.
Luego al anochecer
tomábamos alguna fruta del huerto, pero antes de ir a dormir mis amigos ángeles
y yo salíamos a observar las estrellas pues ellos me enseñaron mucho de lo
relacionado con su movimiento y su influencia sobre el desarrollo de la vida en
la tierra.
Mi madre se quedaba abajo
haciendo oración y José la acompañaba en muchas ocasiones, pero a veces ellos
también tomaban parte de la observación del cielo y se maravillaban junto
conmigo de las historias y relatos que sin perder detalle nos afanábamos en comprender.
Esto no pasaba siempre pues
mis padres intentaban tomar parte en la dinámica de la vida en Nazareth e
integrarse en lo posible así que –cuando las circunstancias lo requerían- por
lo menos una vez a la semana, nos reuníamos con el grupo de personas más
cercanas para refugiarnos con ellos.
Era en esas en las que no íbamos para nada a la casa del
desierto sino que nos quedábamos varios días ocultos en los refugios
acompañando a nuestros vecinos y amigos que procuraban –con la cooperación de
todos- mantenernos alejados sin padecer hambre o frío.
Sin embargo el asedio
romano, era tan impredecible que de tanto en tanto podíamos pasar
desapercibidos y simplemente no mencionar en qué lugar estuvimos, pues el estado
de alarma era general y hasta cierto punto normal que nadie preguntara adónde
paramos después de la correría.
Yo no podía comprender
porqué – en comparación con mis hermanos en Nazareth- yo podía disfrutar de las
ventajas de tener una casa en donde siempre había comida y agua, además de
contar con la presencia de seres tan especiales de los que yo no debía hablar.
Pero desgraciadamente no fue mucho tiempo el que pude gozar de estas cosas.
Un día uno de mis Maestros
se acercó a mí diciendo:
-Querido Jesús: sé que has
estado inquieto y preocupado por tus amigos en la Ciudad y también sé que te
gustaría que ellos pudieran refugiarse contigo en esta bella casa subterránea
en la que has pasado muchos momentos felices, pero debes saber que es muy poco
lo que podrías hacer en estos momentos para aliviar el dolor de todas estas
personas.
Por lo pronto nuestra
misión es la de mantenerte a salvo –en lo posible- y la de enseñarte todo lo referente a la
vida y su conservación además de encargarnos de que recuerdes todas las
lecciones que has recibido en el pasado.
Tu momento de ayudar a
otros llegará muy pronto y es indispensable que estés preparado. De hecho tu
misión será la de dedicarte por completo al cuidado de tus hermanitos en
Nazareth o en cualquier otro lado pero ahora es muy importante que te afanes en
aprender todo lo que aquí puedes recibir en las lecciones que con todo amor
procuramos compartir contigo-
Y el momento llegó muy
pronto pues al cumplir 16 nuestras visitas al hogar en el desierto se redujeron
a dos días a la semana –cuando podíamos ir- y a los 17 se terminaron por
completo: yo podía seguir visitando a mis amigos los ángeles y Maestros sólo en
sueños pues los llamaba antes de dormir y ellos se presentaban pero rara vez
los veía como antes solía hacerlo.
Con
cariño y respeto: tu Jesús.”
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