23) Los Viajeros
Yo me fijé en los demás y
sólo pude ver a tres hombres montados a caballo. Él insistió en que no me
asustara y me preguntó si podía llamar a mi Madre.
Yo corrí adentro de casa y
ví que no estaba Mamá pero tampoco José apareció por ningún lado. Después salí y
les dije que entraran que mi Madre había dicho que estaba bien.
Ellos entraron y yo los
tuve que atender sirviéndoles un poco de vino sin fermentar y algunos higos que
mi Madre había guardado.
Los tres hombres se
sentaron y el cuarto se quitó el turbante y el manto que llevaba encima
dejándome ver su cara más a detalle: él era una mujer.
Uno de ellos me miró
acercándose a ella como pidiendo permiso y cuando yo asentí con la cabeza él la
ayudó a recostarse en el diván en el que José descansaba y después me preguntó
si yo estaba solo en casa.
En ese momento, para mi
suerte, entró mi Mamá corriendo por una puerta que José había improvisado en la
parte de atrás y que por lo general estaba cerrada.
Ella me tomó en brazos y
los tres hombres se pusieron de pie rápidamente disculpándose:
- El niño nos dijo que
usted había estado de acuerdo en ayudarnos: verá somos viajeros y venimos de
muy lejos, mi mujer se puso mal y…
- Pero por favor tomen
asiento señores…mi hijo me avisó que estaban aquí sólo que yo estaba atendiendo
un pendiente con mi esposo pero no se preocupen veo que el niño ya les ofreció
algo de vino… ¿quieren comer? ¿tienen hambre?
En ese momento José
también entró y saludó tratando de ser amable.
Mi Madre se acercó a la
mujer y luego tocó su frente. Ella sólo trató de sonreír y me pareció que dijo
que le dolía mientras ponía sus manos sobre su vientre.
Los hombres estaban muy
preocupados y José los invitó a que se sentarán hablándoles en un tono muy
suave viendo que se calmaran.
Esa noche, la mujer se
quedó a dormir pues mi Madre insistió en que ella no podía seguir adelante en
esas condiciones. Los hombres dijeron que sería un abuso quedarse con nosotros y
después de contemplarlo ellos decidieron buscar a un pariente que vivía en
Jerusalén para pedirle ayuda y sólo se quedó uno de ellos acompañando a la
enferma.
Él dijo que era extraño
que su esposa se sintiera mal pues desde que la conocía ella nunca se había
enfermado.
Una vez que la pareja
quedó instalada en nuestro “pequeño comedor” mi madre me llevó a mi cama, me
arropó y sonriendo me dijo que había estado bien que hubiera recibido a
nuestros visitantes y que entendía que no le hubiera dicho nada pero que la
próxima vez tratara de buscarla en la parte trasera de la casa, que yo sabía
bien que Ella no podría irse muy lejos sin mí.
Yo traté de explicarle que
cuando la traté de abrir la puerta de atrás parecía haberse atascado.
Ella volvió a sonreír y
comentó que Dios es Quien obra en todas las cosas.
Nosotros teníamos la
costumbre de salir antes del amanecer a la casa del Desierto mientras todos
nuestros vecinos pensaban que mi Madre y yo acompañábamos a José a visitar a
sus hijos con quienes él trabajaba por varias horas para después regresar a
casa por la tarde.
Así que esa mañana nadie
nos buscó ni llamó a la puerta y nosotros nos quedamos a atender a la extraña
pareja.
Yo traté de ayudar a Mamá
en todo lo que pude al igual que a José pero mientras los tres dábamos vueltas
por la casa noté que la bella doliente no me quitaba los ojos de encima.
Después de un rato ella
trató de disimular y le dijo a mi Madre –con dificultad pues no hablaba mucho
arameo- que tenía un niño muy especial.
Mi Madre sonrió y se sentó
a su lado para tratar de reanimarla pero de alguna forma parecía que la mujer
ya no necesitaba de tantos cuidados pues la palidez de su cara había
desaparecido y se veía alegre y tranquila.
Mi madre pareció notar su
mejoría y le preguntó al esposo de la enferma si habían podido descansar a lo
que él respondió que sí y que ella había tenido un extraño sueño pero que lo
más raro es que ambos habían soñado lo mismo.
-…bueno casi lo mismo-
agregó y luego comenzó a relatar que estando recostado al lado de ella vio que
en el techo se abrió un gran hueco que tenía la forma de una ventana a través
de la cual se podía ver el cielo de la luminosa noche –ya que brillaban las estrellas y la luna llena
resplandecía como nunca entre ellas-.
Él, sorprendido, quiso
comentar a su mujer lo que estaba viendo pero al notar que ella dormía decidió
no incomodarla. Así, al mirar de nuevo hacia el techo de la pequeña casa, se
dio cuenta que aquella extraña “ventana” seguía ahí pero para su sorpresa ¡ya
era de día!
Se levantó y pensó que era
extraño que se sintiera tan descansado después de una noche tan corta en la que
apenas había podido dormir.
Él dijo que en ese momento
ella también despertó feliz pues se sentía curada. Pero al cabo de unos
instantes algo lo sobresaltó y al salir del suave sopor que estaba sintiendo se
dio cuenta de que su amada se encontraba a su lado…dormida, y que todo había
sido un agradable sueño.
Ella le habló en su
extraña lengua y me señaló mientras decía algo incomprensible.
Él tomó su mano y suavemente la apartó respondiendo en
su mismo idioma. Luego nos dijo que ella estaba un poco nerviosa y que no había
podido dormir muy bien tampoco pero que se sentía renovada y que lo que trataba
de decir es que su sueño había sido casi igual que el mío.
Ella pareció insistir en
señalarme, pero al parecer él la volvió a invitar a que se calmara y se
disculpó diciendo que seguramente yo le recordaba a un pequeño –hijo de su
segunda hermana- al que mucho extrañaba.
Ya entrado el medio día
regresaron sus compañeros de viaje acompañados de un hombre judío de avanzada
edad quien vio a la joven de lejos. Los amigos de la pareja dijeron que lo
habían traído para que tratara de sanarla pero él no quiso acercarse mucho
diciendo que era una mujer impura y que no deseaba contagiarse.
El marido de la enferma se
molestó tanto que salió de la casa sacando al extraño casi a empujones, para
después regresar y disculparse con todos los presentes por el molesto incidente
para después volver a salir acompañado por sus amigos en medio de una acalorada
discusión de la que no entendí gran cosa.
Cuando el ofendido esposo
volvió a entrar ya más tranquilo en compañía de sus compañeros de viaje la
joven no lo dejo decir nada y se apresuró a hablarle en forma muy decidida y
directa.
Él le respondió de nuevo
en su extraño idioma tratando de hacerla callar pero ella pareció insistir y
después de unos instantes, por fin y un poco a regañadientes se dirigió a mi
Madre y a José diciendo:
-Mi esposa dice que soñó
que su hijo se asomaba por aquella “ventana” que yo también ví en el techo
mientras dormía y que dejaba caer sobre ella una lluvia muy suave desde su
pequeña mano.
Las gotas parecían
penetrar la “colcha” que la cubría haciéndola sentir un delicioso frescor que
envolvió su persona toda.-
Hizo una pausa y después
de un suspiro añadió:
-Lo que yo no les dije es
que mi esposa padece un viejo mal que hace muchos años no le aquejaba. Yo nunca
la había visto enferma pero ella me comentó que durante su infancia y
adolescencia había sufrido un dolor eventual muy agudo en el vientre que no la
había dejado por años en paz.
Lo extraño es que aquel padecimiento regresó unos meses antes de llegar a Nazareth y que en momentos fue tan intenso que la hizo “doblarse del dolor” e incluso llegar a desmayarse.
Cuando parecía haber
terminado todo ella se quejaba de un profundo malestar en todo el cuerpo que la
asediaba por días…pero ahora…
¿Qué dices ahora querida?-
La mujer esperó a que su
marido le tradujera lo que había dicho y luego sonrió con una expresión tan brillante
que pareció salir el sol dentro de casa. Después se puso de pie con gran
entusiasmo y acercándose a mí me abrazó con gran cariño mientras en su extraña
lengua se dirigió a su pareja comentándole algo ininteligible.
El hombre también sonrió y
con cierto escepticismo pero también con humildad les expresó a mis padres su
agradecimiento y agregó:
-No cabe duda que tienen
un niño muy especial.
Al día siguiente los “cuatro
hombres” quisieron partir sin que mis padres hubieran podido evitar que nos
obsequiaran un montón de monedas de oro que sacaron de uno de los aparatosos
bultos que cargaban y en los que misteriosamente parecían guardar la colección
de toda una vida.
Ya estaban los cuatro en
sus respectivos caballos cuando el esposo pareció dudar y bajándose de su
montura caminó hacia mí y me dijo con una gran sonrisa:
-¡Gracias!! ¡De verdad
eres increíble!!
Luego me tomó en sus
brazos para darme algunas vueltas por el aire de las que casi salgo disparado.
Una vez que José, mi Madre
y yo nos quedamos solos reinó de nuevo el silencio. Parecía que el pueblo
estaba abandonado.
Mi Madre me tomó de la
mano y entramos a la casa.
Luego ella me preparó mi
comida favorita y después de ofrecerla a Dios con nuestra oración acostumbrada José
me miró y me dijo:
-No sé cómo lo hiciste
pero lo lograste otra vez… Gracias por ser el Hijo de Dios: nuestro hijo.
Luego también me abrazó,
me miró con una bella expresión de cariño y agregó:
-Todos los días agradezco a Dios por haberme
honrado con la oportunidad de ser “tu papá” en la tierra y de poder cuidar de ti
y de tu Madre y aunque tú y yo sabemos que tu verdadero Padre no soy yo, te
prometo hijo mío que me esforzaré por hacer el mejor papel como el protector de
ambos hasta el último día de mi vida.
Después sólo volvió a
abrazarme con gran amor y ternura y yo también lo abracé.
Tu compañero incondicional:
Jesús”
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