23) Los Viajeros




             “Yo estaba sentado afuera de casa. Todo estaba demasiado tranquilo y silencioso. Era una tarde nublada de sábado en el que todos los vecinos parecían haber desaparecido. Recuerdo que yo tenía cerca de cinco años  y quise salir para ver si algún niño estaba por ahí para jugar conmigo. En ese momento ví unos hombres acercarse por el camino. No había nadie alrededor así que se acercaron a mí y preguntaron por mi Madre. Yo respondí que estaba adentro con José y uno de ellos les dijo algo en palabras extrañas a los otros. Luego el hombre me miró y me dijo que no me asustara que no eran romanos y que venían en son de paz pero que necesitaban un poco de agua y un lugar adonde descansar pues su mujer se había puesto enferma en el camino.

Yo me fijé en los demás y sólo pude ver a tres hombres montados a caballo. Él insistió en que no me asustara y me preguntó si podía llamar a mi Madre.

Yo corrí adentro de casa y ví que no estaba Mamá pero tampoco José apareció por ningún lado. Después salí y les dije que entraran que mi Madre había dicho que estaba bien.

Ellos entraron y yo los tuve que atender sirviéndoles un poco de vino sin fermentar y algunos higos que mi Madre había guardado.

Los tres hombres se sentaron y el cuarto se quitó el turbante y el manto que llevaba encima dejándome ver su cara más a detalle: él era una mujer.

Uno de ellos me miró acercándose a ella como pidiendo permiso y cuando yo asentí con la cabeza él la ayudó a recostarse en el diván en el que José descansaba y después me preguntó si yo estaba solo en casa.

En ese momento, para mi suerte, entró mi Mamá corriendo por una puerta que José había improvisado en la parte de atrás y que por lo general estaba cerrada.

Ella me tomó en brazos y los tres hombres se pusieron de pie rápidamente disculpándose:

- El niño nos dijo que usted había estado de acuerdo en ayudarnos: verá somos viajeros y venimos de muy lejos, mi mujer se puso mal y…

- Pero por favor tomen asiento señores…mi hijo me avisó que estaban aquí sólo que yo estaba atendiendo un pendiente con mi esposo pero no se preocupen veo que el niño ya les ofreció algo de vino… ¿quieren comer? ¿tienen hambre?

En ese momento José también entró y saludó tratando de ser amable.

Mi Madre se acercó a la mujer y luego tocó su frente. Ella sólo trató de sonreír y me pareció que dijo que le dolía mientras ponía sus manos sobre su vientre.

Los hombres estaban muy preocupados y José los invitó a que se sentarán hablándoles en un tono muy suave viendo que se calmaran.

Esa noche, la mujer se quedó a dormir pues mi Madre insistió en que ella no podía seguir adelante en esas condiciones. Los hombres dijeron que sería un abuso quedarse con nosotros y después de contemplarlo ellos decidieron buscar a un pariente que vivía en Jerusalén para pedirle ayuda y sólo se quedó uno de ellos acompañando a la enferma.

Él dijo que era extraño que su esposa se sintiera mal pues desde que la conocía ella nunca se había enfermado.

Una vez que la pareja quedó instalada en nuestro “pequeño comedor” mi madre me llevó a mi cama, me arropó y sonriendo me dijo que había estado bien que hubiera recibido a nuestros visitantes y que entendía que no le hubiera dicho nada pero que la próxima vez tratara de buscarla en la parte trasera de la casa, que yo sabía bien que Ella no podría irse muy lejos sin mí.

Yo traté de explicarle que cuando la traté de abrir la puerta de atrás parecía haberse atascado.

Ella volvió a sonreír y comentó que Dios es Quien obra en todas las cosas.

Nosotros teníamos la costumbre de salir antes del amanecer a la casa del Desierto mientras todos nuestros vecinos pensaban que mi Madre y yo acompañábamos a José a visitar a sus hijos con quienes él trabajaba por varias horas para después regresar a casa por la tarde.

Así que esa mañana nadie nos buscó ni llamó a la puerta y nosotros nos quedamos a atender a la extraña pareja.

Yo traté de ayudar a Mamá en todo lo que pude al igual que a José pero mientras los tres dábamos vueltas por la casa noté que la bella doliente no me quitaba los ojos de encima.

Después de un rato ella trató de disimular y le dijo a mi Madre –con dificultad pues no hablaba mucho arameo- que tenía un niño muy especial.

Mi Madre sonrió y se sentó a su lado para tratar de reanimarla pero de alguna forma parecía que la mujer ya no necesitaba de tantos cuidados pues la palidez de su cara había desaparecido y se veía alegre y tranquila.

Mi madre pareció notar su mejoría y le preguntó al esposo de la enferma si habían podido descansar a lo que él respondió que sí y que ella había tenido un extraño sueño pero que lo más raro es que ambos habían soñado lo mismo.

-…bueno casi lo mismo- agregó y luego comenzó a relatar que estando recostado al lado de ella vio que en el techo se abrió un gran hueco que tenía la forma de una ventana a través de la cual se podía ver el cielo de la luminosa noche –ya que  brillaban las estrellas y la luna llena resplandecía como nunca entre ellas-.

Él, sorprendido, quiso comentar a su mujer lo que estaba viendo pero al notar que ella dormía decidió no incomodarla. Así, al mirar de nuevo hacia el techo de la pequeña casa, se dio cuenta que aquella extraña “ventana” seguía ahí pero para su sorpresa ¡ya era de día!

Se levantó y pensó que era extraño que se sintiera tan descansado después de una noche tan corta en la que apenas había podido dormir.

Él dijo que en ese momento ella también despertó feliz pues se sentía curada. Pero al cabo de unos instantes algo lo sobresaltó y al salir del suave sopor que estaba sintiendo se dio cuenta de que su amada se encontraba a su lado…dormida, y que todo había sido un agradable sueño.

Ella le habló en su extraña lengua y me señaló mientras decía algo incomprensible.

Él tomó  su mano y suavemente la apartó respondiendo en su mismo idioma. Luego nos dijo que ella estaba un poco nerviosa y que no había podido dormir muy bien tampoco pero que se sentía renovada y que lo que trataba de decir es que su sueño había sido casi igual que el mío.

Ella pareció insistir en señalarme, pero al parecer él la volvió a invitar a que se calmara y se disculpó diciendo que seguramente yo le recordaba a un pequeño –hijo de su segunda hermana- al que mucho extrañaba.

Ya entrado el medio día regresaron sus compañeros de viaje acompañados de un hombre judío de avanzada edad quien vio a la joven de lejos. Los amigos de la pareja dijeron que lo habían traído para que tratara de sanarla pero él no quiso acercarse mucho diciendo que era una mujer impura y que no deseaba contagiarse.

El marido de la enferma se molestó tanto que salió de la casa sacando al extraño casi a empujones, para después regresar y disculparse con todos los presentes por el molesto incidente para después volver a salir acompañado por sus amigos en medio de una acalorada discusión de la que no entendí gran cosa.

Cuando el ofendido esposo volvió a entrar ya más tranquilo en compañía de sus compañeros de viaje la joven no lo dejo decir nada y se apresuró a hablarle en forma muy decidida y directa.

Él le respondió de nuevo en su extraño idioma tratando de hacerla callar pero ella pareció insistir y después de unos instantes, por fin y un poco a regañadientes se dirigió a mi Madre y a José diciendo:

-Mi esposa dice que soñó que su hijo se asomaba por aquella “ventana” que yo también ví en el techo mientras dormía y que dejaba caer sobre ella una lluvia muy suave desde su pequeña mano.

Las gotas parecían penetrar la “colcha” que la cubría haciéndola sentir un delicioso frescor que envolvió su persona toda.-

Hizo una pausa y después de un suspiro añadió:

-Lo que yo no les dije es que mi esposa padece un viejo mal que hace muchos años no le aquejaba. Yo nunca la había visto enferma pero ella me comentó que durante su infancia y adolescencia había sufrido un dolor eventual muy agudo en el vientre que no la había dejado por años en paz.

Lo extraño es que aquel padecimiento regresó unos meses antes de llegar a Nazareth y que en momentos fue tan intenso que la hizo “doblarse del dolor” e incluso llegar a desmayarse.

Cuando parecía haber terminado todo ella se quejaba de un profundo malestar en todo el cuerpo que la asediaba por días…pero ahora…

¿Qué dices ahora querida?-

La mujer esperó a que su marido le tradujera lo que había dicho y luego sonrió con una expresión tan brillante que pareció salir el sol dentro de casa. Después se puso de pie con gran entusiasmo y acercándose a mí me abrazó con gran cariño mientras en su extraña lengua se dirigió a su pareja comentándole algo ininteligible.

El hombre también sonrió y con cierto escepticismo pero también con humildad les expresó a mis padres su agradecimiento y agregó:

-No cabe duda que tienen un niño muy especial.   

Al día siguiente los “cuatro hombres” quisieron partir sin que mis padres hubieran podido evitar que nos obsequiaran un montón de monedas de oro que sacaron de uno de los aparatosos bultos que cargaban y en los que misteriosamente parecían guardar la colección de toda una vida.

Ya estaban los cuatro en sus respectivos caballos cuando el esposo pareció dudar y bajándose de su montura caminó hacia mí y me dijo con una gran sonrisa:

-¡Gracias!! ¡De verdad eres increíble!!

Luego me tomó en sus brazos para darme algunas vueltas por el aire de las que casi salgo disparado.

Una vez que José, mi Madre y yo nos quedamos solos reinó de nuevo el silencio. Parecía que el pueblo estaba abandonado.

Mi Madre me tomó de la mano y entramos a la casa.

Luego ella me preparó mi comida favorita y después de ofrecerla a Dios con nuestra oración acostumbrada José me miró y me dijo:

-No sé cómo lo hiciste pero lo lograste otra vez… Gracias por ser el Hijo de Dios: nuestro hijo.

Luego también me abrazó, me miró con una bella expresión de cariño y agregó: 

 -Todos los días agradezco a Dios por haberme honrado con la oportunidad de ser “tu papá” en la tierra y de poder cuidar de ti y de tu Madre y aunque tú y yo sabemos que tu verdadero Padre no soy yo, te prometo hijo mío que me esforzaré por hacer el mejor papel como el protector de ambos hasta el último día de mi vida.

Después sólo volvió a abrazarme con gran amor y ternura y yo también lo abracé.

                                        Tu compañero incondicional: Jesús”

 

 

 




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