24) Una Visita Familiar



El Amado Jesús nos comenta:

         "Como ya te lo había mencionado, mi padre José había estado casado anteriormente y de esa unión tuvo varios hijos: ellos eran mis medios hermanos. Su madre había muerto años antes de que fuera escogido en el templo para contraer matrimonio con mi madre y ese día me llevó a visitarlos.

No habíamos podido viajar hasta donde ellos para celebrar Pésaj y mi padre quería compartir un poco del cordero pascual que nos había sobrado de la noche anterior pues no estaba seguro de que ellos hubieran podido preparar el suyo

Cuando terminamos de comer y rompimos el silencio yo me alejé un poco del grupo para traer más agua. Uno de ellos se acercó y me preguntó cómo estaba.

-Hace mucho tiempo que no te veía y has crecido mucho- dijo – estoy seguro de que estás rodeado de amiguitos con los que juegas todo el tiempo en Nazaret…

Yo sonreí tímidamente pero no comenté nada.

-A tu edad yo solía pasar todo el día con mis hermanos correteando y riendo por todas partes y cuando salíamos también jugábamos con nuestros vecinos. Pero ahora que somos grandes tenemos que trabajar y muchos de mis amigos se han mudado y no los he vuelto a ver.

A mi padre no lo extraño tanto pues por fortuna él nos visita constantemente pero a mi madre sí que la echo de menos: la casa no es la misma sin ella… ¿por qué no nos  visitas más seguido Jesús?: debes saber que nos gusta que vengas y que nos ayudes a atender a mi padre- dijo mirándome con sus grandes ojos.

-Sí- contesté –seguro les hace falta una mano- respondí sin pensar pues no se me ocurrió algo mejor qué decir en el momento.

Él respondió con una gran sonrisa:

-Bueno…una mano más nunca sobra…

En realidad los seis hermanos se mostraban bastante amables y yo no podía evitar preguntarme sino estarían molestos conmigo: después de todo José se había alejado bastante de ellos desde que vivía en Nazaret con nosotros. Y aunque los visitaba con frecuencia -siempre procurando que no les faltara nada- ya nunca había sido lo mismo.

Una vez que Santiago y yo nos reintegramos al grupo y pidiendo silencio en medio de la algarabía José comentó que se estaba haciendo tarde y que debíamos apresurar nuestro regreso a Nazaret sino queríamos que en el camino nos cayera la noche. Pero al salir de la casa -después de que él se despidiera cariñosamente de los seis hermanos- noté que unas pequeñas gotas me mojaban la nariz. Poco después se nubló y la lluvia se convirtió en tormenta… ¡era tan raro que en esa zona lloviera así!

Lisia, la hermana más joven se apresuró a ayudarnos a descargar los burros en donde ya habíamos subido nuestras cosas y de inmediato los otros cinco se unieron a la tarea. Y después de poner a nuestros animales de regreso en el portal corrimos a resguardarnos a la parte superior de la casa adonde todos acabamos riendo mientras nos sacudíamos la ropa mojada.

Luego Lidia, la que le seguía en edad a Simón, comenzó a pasar por mis vestiduras un paño para tratar de secarme, pero al ver la imposibilidad de hacerlo corrió a traerme una túnica de sus hermanos y riendo comentó que aunque no me iba a ajustar precisamente por lo menos evitaría que cogiera un resfriado. Yo no supe qué contestar y al buscar con la mirada a José, él me guiñó un ojo y comentó que lo mejor sería quedarnos esa noche, a la mañana siguiente partiríamos a la salida del sol, de regreso a casa.

Esa tarde –después de que José nos explicara brevemente un pasaje de la Torá- pasamos un rato muy ameno, pues los hermanos comenzaron a recordar todos los divertidos momentos que compartieran con sus padres, de pequeños, y las travesuras y andanzas que gozaron en compañía de otros niños de quienes fueron amigos inseparables…varios de ellos aún vecinos muy cercanos.

José también estaba feliz. Era obvio que realmente amaba en forma entrañable a sus hijos: creo que el que acabó sintiéndose un poco celoso fui yo.

Mi padre José siempre fue también muy cariñoso conmigo pero su trato hacia mí era…no sé… ¿un poco distante?

Cuando la lluvia terminó salimos un rato a jugar y más tarde nos preparamos para ir a la cama.

José y yo nos acomodamos en el portal con los burros, pues apenas cabían, repartidos en las tres “recamaras” sus seis hijos.

Yo no podía conciliar el sueño. Estaba inquieto porque la tormenta había vuelto y los truenos rugían con gran fuerza.

Después de dar varias vueltas en mi lecho me atreví a comentar:

-Parece que el cielo se vendrá abajo- dije en voz baja temiendo despertar a José.

-No mijo, no temas, verás que pronto va a pasar… ¿tienes miedo?- preguntó.

-pues no tanto pero me pregunto cómo estará mi mamá.

-Sí, de hecho en ella estaba pensando…

-¿Crees que si cierro los ojos y me concentro podré preguntarle yo mismo si está preocupada por nosotros?...- yo esperé una respuesta pero sólo escuche el ruido de la lluvia cayendo.

Después de unos instantes José comentó:

-Pues no lo sé Jesús pero duérmete, seguro ella está bien…

-¿Tú crees que yo soy una especie de fenómeno o algo así José, verdad?

Mi padre se incorporó lentamente y mirándome con gran expectación me preguntó extrañado:

-¿qué te hace pensar así mi niño?

-He visto cómo juegas y convives con tus hijos y me sorprende de verdad. Tú nunca has estado tan divertido conmigo.

-Es raro que me digas eso Jesús: yo siempre he cuidado con gran esmero de ti.

-Es cierto José: eres un gran padre y yo te quiero mucho pero…eres diferente conmigo.

José se aceró a mí, me abrazó con cariño y luego dijo:

-Siento mucho no ser el padre que tú quisieras mi amado Jesús: yo no sólo siento por ti un amor profundo sino también un respeto muy grande pues ¡tú eres el Hijo de Dios!!

-Yo no soy tan especial como tú crees José: ¡sólo soy un niño!...

-Y como tal procuro cuidar de ti y de tu madre como lo haría cualquier hombre de familia pero tú no eres cualquier niño, ¡no señor!, ¡por el Señor Adonai que no lo eres! y ahora te voy a pedir que duermas nene, ya que mañana debemos partir muy temprano pues tu madre tal vez estará preocupada por nuestra tardanza.

-De hecho no, duerme tranquilo…ella ya sabe de la tempestad.

-¿Ves por qué te digo que eres especial Jesús?

-¡Pero no he sido yo quien le ha avisado!

-Sino has sido tú entonces ¿quién mi niño?

-Observa la lluvia y la fuerza del viento que choca contra los árboles y los hace tambalear ¿no crees que a veces Dios nos habla muy fuerte y Su voz se oye en forma de trueno? ¿Quién podría dejar de escuchar cuando Él levanta su Voz de esa manera?

Sólo tienes que preguntar. Él tiene la respuesta de todo…

-¿no me habías dicho que estabas preocupado pensando en cómo estaría tu mamá?

-Eso fue antes de que mi Padre le gritara desde aquí que tú y yo estamos bien…que estamos con tus hijos, en tu casa… a salvo.

José sólo sonrió y volvió a abrazarme… a continuación agregó:

-¿Cómo podría dudar de ti mi querido hijo?... ¿sabes? aunque reconozco que eres muy especial para mí y aunque no siempre pueda comprender tus palabras, debes estar seguro de que nunca, nunca jamás, mientras Dios me tenga en este mundo yo te amaré menos que a mis demás hijos. De hecho y aunque no lo parezca tal vez por mi afán de protegerte a ti y a tu madre siempre he puesto el mayor de todos mis esfuerzos por hacerlo…y si tú me ayudas…siempre lo haré mejor ¿no lo crees?

Finalmente y a pesar de la lluvia, esa noche pude dormir mejor que muchas otras, descansando…en un lugar que sentí, como mi propio hogar.

                                                                   Con gran respeto y amor: Tu Jesús”.

   

Comentarios

Entradas populares de este blog

El APOCALIPSIS de SAN JUAN, Capítulo UNO: Versículos del 4 al 8. (El Aviso)

EL APOCALIPSIS de SAN JUAN, Capítulo UNO: Versículos del 9 al 15

LOS MENSAJES DEL MAESTRO JESÚS