La Ultima Cena, parte uno.
Querid@ lector/a:
Estábamos en este “pequeño” salón, acogedor y hasta cierto punto elegante.
Uno de los
amigos de mis más cercanos colaboradores nos facilitó el espacio para celebrar
una de las reuniones más importantes que hasta ese momento habíamos tenido. Yo
comencé a bromear sobre la comida y agradecer a aquellos que se habían
esforzado en tener todo listo para el momento de celebrar, nuestra última
Pascua.
Luego, fui
retirando sus sandalias con cuidado uno por uno y lentamente fui derramando el
agua sobre sus pies, pero ellos estaban realmente desconcertados.
Pedro terminó
llorando y resistiéndose a hablar porque sabía que lo que dijera solo
complicaría las cosas. Los demás me observaban y una que otra vez comentaban
por lo bajo, preguntándose unos a otros qué era lo que podría estar
sucediéndome.
Yo solo traté,
como siempre, de hacerles sentir mi amor y una vez que hube terminado me senté
junto a ellos a la mesa y comencé a bromear para aligerar el momento.
-Si hubiera tenido más agua… ¡de una vez me hubiera bañado con ustedes!… ja ja…- dije divertido.
-No, si
hubiéramos tenido más agua yo no habría servido las legumbres medio crudas-
corrigió Judas.
Yo comencé a
bromear sobre la comida y agradecer a aquellos que se habían esforzado en tener
todo listo para el momento de celebrar nuestra “Última Pascua”. Y de esa manera
la conversación entre mis amigos más cercanos continuó animadamente. El grupo
de mujeres y hombres a mi alrededor no tenía ni idea de lo que las próximas
horas nos aguardaban.
Cuando
terminamos de comer el Cordero Pascual yo quise llamar la atención de todos
para que me escucharan.
En ese momento
les hablé sobre la esclavitud que vivió el pueblo judío por años hasta que
Moisés, fue guiado a liberarlos. Luego los invité a que reflexionaran en su
vida propia: ¿Cuáles eran las situaciones en su vida privada de las que podrían
sentirse en ese momento esclavos?
Por supuesto
muchos respondieron que la presencia de Roma y sus soldados representaban una
constante amenaza sobre sus familias respectivas y sobre ell@s. Pero yo insistí
sugiriéndoles que pensaran en la intimidad de sus hogares. Tal vez un familiar
o una amistad cercana los invitaba continuamente a realizar algún tipo de
actividad o convivencia con la que no se sintieran cómodos. Tal vez el trabajo
que los obligaba a desarrollar esfuerzos considerables bajo la enfermedad o el
cansancio, era un factor que podría representar una carga, al sentir… no podérsela
quitar de encima.
Después tomé un
pedazo de “pan ácimo” que era el que se acostumbraba preparar para esa cena tan
especial. Luego se los mostré preguntándoles qué pasaría si alguno de los
presentes dejara de comer, a lo que ellos respondieron que seguramente estarían
corriendo el peligro de morir de hambre.
Yo les comenté
que quien lo hiciera comenzaría a sentirse débil y cansado... sin ánimo de hacer
nada.
Después de una
breve pausa les hice notar lo afortunados que eran, pues a reserva de uno que
otro, la mayoría de los presentes hasta ese momento, no conocían lo que era
realmente tener hambre.
Y que, así como
Dios creó un cuerpo físico para el ser humano, así también lo llenó de vida.
A esa vida que todos podían experimentar a través del frío, el calor, la alegría o la pena, también podríamos llamarle: espíritu.
Y así como la
comida que consumimos para mantener nuestro cuerpo sano, Dios nos quiso regalar
el alimento del espíritu.
-Lamentablemente ese alimento no es algo muy común pues las personas por lo general olvidan que necesitan algo más que pan y vino en su mesa- comente.
-Déjame
adivinar Maestro- dijo uno de mis amigos interrumpiendo…-ese alimento es el
amor-.
- Exacto
Santiago: el amor, como alimento del espíritu, es algo básico e indispensable
para que una persona sea libre.
Pero si alguien
se marchara introduciéndose en el desierto… si dejara de comer y se convirtiera
en una débil estructura de huesos: ¿podría de repente tomar sus cosas y
marcharse de regreso a buscar el alimento que tanto le estaría haciendo falta?
-pues no, no lo
creo- dijo otra de mis compañeras, - si alguien te encadenara o amarrara y te
dejara de alimentar probablemente morirías esclavo-.
-¡Exacto! Es a
lo que yo me refiero: entre más hambrientos más débiles y entre más débiles nos
volvemos más sumisos.
Pero con el
alimento espiritual pasa otra cosa, porque, aunque el cuerpo adelgaza y los
ánimos decaigan, mientras tenga Amor real en mi vida, siempre tendré la fuerza
interior que necesito para liberarme de cualquier prisión.
- Yo siempre he
amado a mi mujer- comento Pedro.
- Claro que el
amor en familia es importante, pero muchas veces, esa devoción nos ata al ser amado.
El amor de Dios
nos libera. ¿Recuerdan cuando les dije: benditos los que dejen padre, madre,
hijos, esposas… en pos del reino de los cielos…porque ellos encontraran a Dios?
No se trata de
que descuiden sus responsabilidades y que por querer dejar de trabajar se vayan
a emborrachar con sus vecinos. No.
Se trata de que
el compromiso que ustedes hagan con el Padre sea tan importante, tan relevante
en su vida, que llegue un día en el que no se preocupen tanto por lo que van a
comer o lo que van a llevar a sus casas para que su familia coma: sino que pongan en el
primer lugar de la lista de sus anhelos: ¡el querer ser alimentados por el Amor
divino!
Este pan y este
vino son un símbolo de ese alimento espiritual… y hoy los invito a recordar
este momento cada vez que coman y beban y se pregunten: ¿no es el amor de Dios
más importante que la vida misma? Porque: ¿de qué me sirve comer y mantener
fuerte este cuerpo cuando mi alma muere de inanición?
Con gran Amor:
Tu Jesús."
Reflexión:
Esta memoria de Jesús NO está escrita para que
las personas comiencen a dudar y piensen que la presencia del Maestro NO SE
ENCUENTRA EN LA HOSTIA.
Precisamente es un recordatorio de la verdadera
conversación que él sostuvo con sus allegados personales y de cómo con estas
emotivas palabras, él les demostró una vez más que el amor de Dios es la meta
del ser humano en la tierra.
Así como por lo general, nacemos y crecemos en
un hogar en donde nuestros padres cuidan de nosotros y el vínculo con ellos
será algo que no podremos olvidar el resto de nuestra estancia en la tierra, de
la misma manera aquel que olvida su vínculo primordial, es decir, el que lo une
a su Creador, no podrá jamás sentirse completo, realizado o feliz.
Nunca, a lo largo de su vida, El Maestro pretendió
exponer la validez de una religión sobre otra, pues su idea nunca fue la de
heredarnos tal institución para alabar su Nombre.
Su intención simplemente fue la de reunir a los
hijos de Dios con su Padre.
Es muy importante que él o la lector/a no
malinterprete este mensaje, pues tampoco era la idea de Jesús invitar a su
gente a dejar de comer y convertirse en una especie de ascetas.
Aquí lo importante es que el devoto no solo vea
la presencia de Dios en la hostia, sino que tenga mayor claridad sobre su
importancia. Pues además de celebrar la Divina presencia del Maestro en la Eucaristía, él nos invita a liberarnos de las ataduras que nos convierten en
esclavos del alimento material, y a no olvidar que el alimento espiritual es
algo también indispensable.
Que la mayoría de nosotros nos hemos
acostumbrado a “vivir” del alimento espiritual que recibimos en misa y que la
verdadera fuente de este alimento está en nuestro interior:
si buscamos a Dios a través de la oración, la
meditación, el servicio compasivo a los demás, etc., estaremos alimentándonos
de tal manera que podremos llegar a sentir una libertad y una dicha completa en
este mundo.
Aquellos que sostienen que la felicidad total no
existe, es porque no conocen a Dios.