19) El Misterio del Karma
"En esa ocasión soñé que Juan y
yo caminábamos muy cerca del desierto, se estaba poniendo el sol y pronto sería
de noche. Estábamos solos y el viento soplaba.
Estos sueños eran
demasiado vívidos y yo a veces llegaba a creer que realmente lo que veía estaba
pasando, pero en esos días sólo me pasaba con Juan pues en otras ocasiones mis
sueños eran bastante normales.
Juan se detuvo y me dijo:
-¿Adónde vamos hermano? Tengo frío.
Yo me percaté de que traía
un morral y adentro un manto extra y se lo eché en los hombros a Juan. Los dos
nos habíamos acostumbrado a aparecer en el río adonde nadábamos por horas bajo el agradable calor del medio
día, pero nunca habíamos estado reunidos en un lugar tan austero a una hora en
la que los niños difícilmente se encuentran lejos de casa.
Sin embargo yo no sentí
miedo sino curiosidad y traté de seguir caminando pues parecía que finalmente
llegaríamos a lo que podría ser nuestro destino, pero Juan se detuvo y exclamó:
-¡No puedo caminar más Jesús! ¡ los pies me están matando!
-Por supuesto, no te
preocupes: mira podemos sentarnos aquí por un momento.
En medio de un lugar casi
desértico encontramos un sitio cubierto de pasto y hierba medio marchita donde
pudimos por fin descansar.
De repente, estando casi
en la penumbra alcanzamos a ver a lo lejos a unos hombres que iban al paso de
una gota de sudor cuando recorre la frente con lenta cadencia.
Ellos no parecían
percatarse del viento y del clima frío que a esa hora normalmente reinaba en el
desierto pues parecían cansados y debilitados por un invisible y candente sol.
Atónitos mi amigo y yo
pudimos ver que la comitiva se detuvo y alguien habló con gran energía:
-¡Yo no pienso
seguir adelante!... ¡Ya no tenemos agua y no creo que valga la pena viajar tan lejos, todo
para llevar a este a morir a manos del faraón!!
-¡Tú sabes que
órdenes son órdenes!- respondió otro de los que lo acompañaban.
-…pero bien podemos decir ¡que no aguantó el viaje!
-¡Tú siempre
poniendo el desorden Juan!
En ese momento yo le hice
una seña a mi primo para que nos ocultáramos detrás de unos matorrales, ya que
aunque estábamos bastante lejos de ellos cabía la posibilidad de que nos
vieran.
-¿Escuchaste
eso?- le dije- se llama igual que tú.
Juan sólo me miró con una
expresión de asombro.
La comitiva parecía ser la
de un puñado de soldados de un pueblo desconocido pues no vestían a la usanza
romana. Y entre ellos caminaba un hombre arrastrando lo que de lejos parecían
ser cadenas.
-¡Pues yo no
pienso ir más lejos! Gritó el hombre que parecía el más rudo del grupo.
-Si seguimos así vamos a
llegar hasta mañana en la tarde y sin agua los que moriremos seremos nosotros. ¡Yo me lo voy a ejecutar ahora!
-¡No Juan!- dijo
otro- si lo matas no podremos probar que lo capturamos…¡no pensarás cargar su cadáver hasta Egipto! ¿verdad?
-¡No claro! ¡Lo matamos y regresamos a casa!
-Pero… ¿y qué hay del pacto entre nuestros pueblos y de las
órdenes del Jefe?:
nunca antes hemos desobedecido Juan ¡piensa! Si lo hacemos ahora ¡no podremos regresar!...-
-Pues ¿Qué no somos los guardias de confianza del
rey?...él no va a creer que nos
atacaron en el camino y que nos robaron el agua, nuestras armas y todo lo demás ¿verdad? Es más fácil que crea que después de tanta
tortura este infeliz no aguantó así que con tu permiso…
El corpulento soldado
levantó una gran piedra y la dejó caer sobre la cabeza del desdichado cautivo
antes de que alguno de sus compañeros pudiera evitarlo…pero eso no fue todo
pues en ese momento mi amigo Juan cayó como fulminado por un rayo a un lado de
mí.
Yo no sabía qué hacer pues
por un lado me preocupaba que Juan no pudiera volver en sí pero por otro temía
que aquellos hombres advirtieran nuestra presencia.
Le dí unas palmaditas en
la cara a mi amigo tratando de reanimarlo y asustado lo oculté lo mejor que
pude detrás de las matas adonde intentábamos escondernos pero al tratar de ver
de nuevo qué hacía el grupo de forasteros noté que habían desaparecido.
El sol estaba casi ya
oculto pero claramente a lo lejos se veía el horizonte: adonde aquella comitiva
se encontraba hacía unos instantes ¡no había ni un alma!
En ese instante Juan
regresó en sí boqueando como si se estuviera ahogando y una vez que pudo hablar
me habló tremendamente asustado:
-¡No lo vas a creer Jesús
pero ese fortachón irrespetuoso que mató al hombre que traían preso sin motivo
era yo!!
Cuando terminó de hablar
yo desperté confundido: miré por la ventana y pude notar que el sol ya estaba
saliendo y escuché los pasos de mi madre acercándose.
Yo le conté el sueño y
Ella sólo movió la cabeza dando a entender que lo sentía.
-El tiempo es una de las
manifestaciones más misteriosas de nuestro Padre mi niño…es posible que tu
primo y tú hayan sido testigos de una vida pasada en la que él cometió una
injusticia…¿Sabes lo que
me ha dicho tu Padre en los Cielos?
-¿Qué mamá?- Pregunté con curiosidad.
- Que aquel que a hierro mata, a hierro muere.
Actualmente te confieso querido lector que a pesar de que entiendo por qué Juan “el Bautista” tuvo que morir bajo el hacha que cortó su cabeza lamento que yo no hubiera podido hacer nada.
Presente en tu vida: tu Iesh."
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